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viernes, 3 de diciembre de 2010

OFICIOS PACEÑOS QUE TRASCIENDEN EN EL TIEMPO

Estudios fotográficos digitales que transforman fondos y colores como por arte de magia, grandes heladerías que ofrecen una variedad de sabores y colores, y aparatos para afilar los cuchillos en minutos son algunos de los causantes para que algunos oficios paceños comiencen su travesía hacia el olvido.

Los fotógrafos al instante en las plazas, afiladores de cuchillos y vendedores de raspadillo (hielo de las cumbres con jugos endulzados) son algunos protagonistas que viven en el recuerdo de los paceños, pero todavía se resisten a desaparecer ante las trasformaciones de nuestra querida La Paz.

Apolinar Escóbar es uno de esos personajes con la lumbre encendida, a pesar de los 83 años que carga encima. Él es un fotógrafo que hace perdurable en el tiempo miles de rostros y paisajes en la plaza Alonso de Mendoza. Desde 1960 trabaja sacando fotos instantáneas con su “cámara al minuto” de origen alemán y luchando contra la tecnología digital.

“Mi cámara es de 1935, el año 47 la he comprado, cuando era joven,  a medio uso de una viuda. Ella no sabía nada de fotografía, no me ha indicado nada, por eso la compre en 180 Bs., era mucha plata en esa época, ahora existen cámaras digitales, pero que sus fotos no son garantizadas porque se pierden con el tiempo”, relata.
 
Comenta que su época de oro fue en el segundo periodo de Víctor Paz Estenssoro. Por entonces, su única competencia eran las casas Kavlin, Agfa y Kodak, únicas que fotografiaban a colores. Posteriormente, cuenta que comenzó con las fotografías a colores entregando a su clientela fotos en una semana por la dificultad del revelado.

Abandonado por su padre a los once años, don Apolinar asegura que le queda poco tiempo de vida a su negocio porque su vista se siente cansada. Con un rostro afligido, comenta que a su hijo no le interesa continuar con el negocio  porque ya tiene otra profesión.

“Estoy acostumbrado a trabajar al aire libre, en las plazas. Mi hijo me dice no vayas a trabajar, para que vas a ir si no hay trabajo, pero yo estoy acostumbrado a mi puesto, en frío, calor, charlando con mis amigos, que ahora son sólo los hijos de los fotógrafos, por eso vengo desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Vengo porque en mi casa no tengo vida”.

Y es que ese sentimiento es compartido también por don Anacleto Huanca vendedor de raspadillos de la plaza Sucre. Con 40 años en el negocio, iniciándose en 1963 con un puesto fijo, comenta que tuvo sus años dorados por las décadas de los 60, 70 y 80, donde mucha gente acostumbraba a sentarse en las plazas.

“Mi puesto por esos años era con mesita, ahora estoy con un coche moderno. Antes el costo era de 0.50 ctvs., por vasito, carísimo parecía, pero había también de 0.20 y 0.10 ctvs., para los que querían baratito. Un poquito carito es ahora ya estamos vendiendo a 2.50, 2.00 y 3.00 Bs., a escolares damos a 1 Bs. también. A veces vienen viejitos y me reconocen, mis caseros me dicen: sigue como antes tu raspadillo rico”, expresa.

Y es que el sabor permanece en el tiempo debido a sus ingredientes todavía vigentes en el mercado. “Es a base de esencias que compramos de Droguería Inti y no a base de yupi como piensan algunos, es esencia pura lo que utilizamos. Además trabajamos con hielo natural que traemos de la cumbre, del Huayna Potosí, es buen hielo”, manifiesta.

El triste panorama de sus raspadillos es desalentador porque para don Anacleto “el negocio morirá con él” debido a que sus hijos ya son jóvenes y no se interesan por esta actividad. “No se dedican también porque hay mucha competencia”, acota.

Pero su sobrina, Tiburcia Quenta, con las manos rajadas y con sequedad por el manipuleo del hielo, no piensa lo mismo. A sus 55 años y con seis hijos tiene un puesto de raspadillo en otro sector de la plaza Sucre. Ella aprendió el negocio desde muy chica con su tío.

“Cuando tuve mi esposo comencé con mi oficio propio hace 32 años. He fracasados al emprender, poquito empecé a vender porque no había clientes, ahora ya tengo caseras. Tenemos un sindicato llamado Justino Quispe y componen 50 los afiliados de la hoyada”.

Nos comenta que sus ganancias fluctúan entre 60 y 70 bs. por día, especialmente en tardes calurosas. Pero los costos de los ingredientes aumentaron considerablemente. Por ejemplo, comenta que una arroba de azúcar adquiere en 290, añorando que vuelvan los precios de 60 bs. el quintal hace 30 años.

“Lo que gano entra en mi capital para leche, azúcar, esencias de diferente sabor, un litro y por un valor de 300 bs. cada una. Pero mis hijos aprovechan del negocio y vienen a venderse porque ellos tienen sus hijitos”.

Y es que la manutención de la familia es responsabilidad también de don Donato Mamani de 54 años, quien trabaja en el rubro del afilado de cuchillos. El piensa que es un espacio para colaborar al pueblo recorriendo mercados y ferias. “Es un trabajo donde los vecinos de las zonas marginales nos reciben con cariño. Hace 35 años que trabajo en este oficio”, señala.

Comenta que es una actividad que trasciende en el tiempo pero que el organismo de los afiladores ya está declinando. “Físicamente estamos decayendo lo que trabajamos antes estamos trabajando ahora poco. Más bien el trabajo está aumentando en feriales, tiendas, hay trabajito”.

Los afiladores distribuidos en la cuidad de el Alto y la hoyada pasan los 300. 100 afiladores utilizan los tradicionales silbatos recorriendo de rincón a rincón las ciudades. Mientras que el sector restante, al que pertenece Donato, son los que recorren los mercados y restaurantes.

Nos recuerda que la mejor forma de mantenerse en este trabajo es realizando un buen afilado. “El que hace bien tiene su trabajito y yo creo que no se queja”, argumenta. Pero para Marta Cruz una buena atención a los clientes y la cordialidad marcan la diferencia.

La señora Marta es una vendedora de helados artesanales de canela ubicada en la plaza Israel, en la zona San Pedro. A los 21 años comenzó a trabajar en este rubro y piensa que no tiene competencia porque sus helados son más saludables y el sabor diferente. Ella cree que su negocio también morirá con ella porque sus hijos si deciden continuar, no prepararán los helados como ella.

“Para vender tantos años hay que saber preparar los heladitos para no perder la clientela. Vienen clientes desde lugares alejados, mis caseros me visitan desde Miraflores e incluso Achumani e Irpavi. Yo les digo ¿por qué vienen acaso no hay helado por su zona? Y ellos me contestan que sí pero no es como tus helados…eso dicen ellos”.

Y es que estos rubros a pesar de ser reconocidos por los paceños van desapareciendo por diferentes factores: la tecnología como en el caso de las camarógrafos y los afiladores y la falta de interés por mantener el negocio familiar por parte de los hijos. Sólo resta dejar en manos del tiempo hasta donde podrán sobrevivir estos íconos de la cultura paceña que se hacen vivos en las tradicionales zonas de la urbe.

Por: MIGUEL ANGEL LEYTON CALENZANI




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