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viernes, 3 de diciembre de 2010

SALCHIPAPAS: ALIMENTO DEL TRASNOCHADOR PACEÑO

Por: Víctor Baptista Machicado

Es un hecho: no hay una sola noche en La Paz en que no nos encontremos con, por lo menos, un quiosco salchipapero1 en nuestro camino. Nuestra versión de los expendios gringos de comida rápida (fast food en su idioma) da de comer a miles de personas de todas las clases sociales a diario, literalmente hablando. Además de saciar el apetito de los transeúntes de paso y  algún caserito2 más regular, estos carritos (como también se conoce a los que no son fijos) se han convertido en la principal fuente de ingreso de un sinnúmero de familias a lo largo y ancho de la ciudad.
 
El movimiento nocturno en el centro paceño es bastante grande y, quiérase o no, los bares, discotecas, pubs y demás centros de entretenimiento son los principales generadores de clientela para los salchipaperos. Sin ellos, sencillamente, no tendrían negocio pasada la medianoche y su ganancia se vería reducida a la mitad.


Desde jóvenes estudiantes hasta ancianos, pero sobre todo, madres y padres de familia han decidido vestir el delantal y ponerse detrás del fuego para preparar deliciosas hamburguesas, sándwiches, hot-dogs y especialmente las tradicionales salchipapas cuando entra la luna a marcar tarjeta. Y es que los salchipaperos son una parte especial del movimiento culinario local: sólo salen de noche, convirtiéndose en una excelente opción para una ligera, deliciosa y económica cena. Sin embargo, al ser una actividad puramente nocturna, estos pequeños negocios se han vuelto, involuntariamente, en los testigos oculares de la fealdad citadina de una capital con casi un millón de habitantes.

Catalina Poma es una pequeña mujer de pollera de 33 años que atiende uno de estos quioscos en la esquina de la avenida Montes con la calle Evaristo Valle desde hace más de un año. “Lamentablemente, creo que esta ciudad ha cambiado de mal en peor, porque este lugar se ha vuelto una zona roja. Aquisitos asaltan, ya no le tienen miedo a nadie. La policía es cómplice de los ladrones”, acusa sin pelos en la lengua. “A este callejón (señala el nuevo túnel que conecta la Montes con la calle Potosí) entras y ya puedes no volver a salir”, advierte doña Catalina.

Y no son únicamente los transeúntes quienes corren peligro, pues al final, el quiosco no es ningún búnker. Doña Catalina confiesa: “Gracias a Dios a mí nunca me ha pasado nada pero a alguno de mis compañeros, sí. Les han tratado de asaltar directo en el carro”. Los ojos le brillan con la esperanza de que algo así no vaya a sucederle.


Claudina Maydana es otra mujer que se aventura con su carrito salchipapero ubicado justo frente al edificio de la Alianza Francesa en la avenida 20 de octubre para ganarse unos pesos, pero señala que no es nada fácil. “Estoy trabajando aquí desde hace como diez años, pero ha habido un tiempo en que he dejado de trabajar porque el fuego me ha hecho daño. ¡Es muy caliente! Y por esa razón he dejado (el quiosco) como cinco años”, dice. Sin embargo, por la dificultad de encontrar un empleo que pague bien, “ahora he vuelto a trabajar nuevamente por no abandonar el puesto que es mi única fuente de ingreso para los dos hijos que tengo”, comenta doña Claudina mientras mira a su pequeño niño, quien dice acompañar a su madre cada noche “para que no le pase nada”.


Eduardo Valencia es un joven estudiante de mecánica automotriz de día pero por las noches atiende el carrito que perteneció a su padre para costear las mensualidades de su instituto. Su lugar de trabajo se instala en la remozada Pérez Velasco, muy cerca del nuevo Mercado Lanza. Eduardo dice que, si bien él es relativamente nuevo en el rubro, ya conoce muy bien el proceso diario de su trabajo. “Abro el puestito desde las seis y media de la tarde hasta las dos o tres de la mañana. De mi casa traigo todo preparado y después ya bajo a vender”, explica. Luego, ya entrando en confianza, agrega: “Los fines de semana hay más venta. De las discotecas sale harta gente y consumen para hacerse pasar3. Por eso los viernes y sábados me quedo un poco más tarde, hasta las 4 o más”.

            Estos hombres y mujeres que no le temen al inclemente frío paceño están decididos a llevarle el alimento de cada día a sus familias llevándoles antes el alimento de cada noche a sus noctámbulos clientes. Situados en los lugares más estratégicos de nuestra urbe, los carritos salchipaperos son una fabulosa opción para saciar el hambre cuando uno quiere comer algo “de paso” y son la más lógica elección pasadas las 12 de la noche, especialmente si se tiene unas “copitas” encima.



1 salchipapero(a):  nombre común de vendedores de salchipapas, hamburguesas, sándwiches y
                                 hot-dogs.
2 casero:                 voz afectiva usada para denominar a un cliente frecuente.
3 hacerse pasar:   comer algo para aliviar la borrachera.

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